El límite

Aquí está publicado "El límite". 

Un libro de ciencia ficción que he escrito y del que sólo puedo mostraros su inicio:

 


 

  El límite

 

PRÓLOGO

 

 Vivía en un antiguo y bajo edificio en los límites exteriores de la ciudad. En aquella zona el suministro eléctrico fallaba a menudo y las cintas no funcionaban debido a su desuso y su abandono por demasiado tiempo. Me encaminaba a pie a su casa con la luz del atardecer. El sol estaba rojo, su débil luz se filtraba tímidamente a través de la pantalla del escudo. Los tubos fluorescentes de los pasillos-conducto indicaban el camino a seguir, alguno de los cuales tintineaban produciendo un extraño sonido metálico de intensidad variable que resonaba potenciado por el eco. Daba una sensación de vacío. Metí la mano en el bolsillo de la chaqueta para cerciorarme de que aún llevaba su cartera.

 

Al llegar al callejón dónde se encontraba el edificio parecía que la noche había caído de golpe, el alumbrado estaba apagado y en esa zona, las barras fluorescentes estaban rotas. Lo único que continuaba operativo era un gran ventilador exterior situado en una esquina. El 3856-G, ese era el edificio. Llamé al tercero y esperé, pero no contestó nadie. Entonces me di cuenta de que la puerta estaba abierta. Entré. Todo estaba a oscuras. Deduje que la instalación de la energía auxiliar del edificio también podía estar defectuosa, así que subí por las escaleras medio a tientas y al llegar golpeé secamente la puerta metálica dos veces. El silencio era tal que el eco de los golpes resonó fuertemente por todo el edifico.

-Ana, ¿estás ahí? -pregunté. Nadie contestó -Ana. -Llamé de nuevo- Soy John.

-Espera un momento, ya voy. -Oí tras la puerta.

Al abrirla me la encontré en bata y con el pelo mojado.

-Pasa -me dijo- estaba duchándome.

-Ya veo, ya.

-¿Ocurre algo? 

-No, nada. Solo venía a darte la cartera – y la saqué del bolsillo- te la dejaste ayer en el laboratorio. Sin el pase no sé cómo podrías acceder.

-Vaya, gracias, ni me di cuenta. Puedes dejarla encima de la mesa. Disculpa un momento que me voy a cambiar.

-Bueno… –dije. Me empezaba a sentir incómodo. Miré alrededor, aunque no porque no conociese el salón. No era muy grande. Consistía solo en un televisor y un solitario y pequeño sillón. Ana podía permitirse una estancia muchísimo más lujosa y espaciosa, pero ella era así. No disfrutaba de esos caprichos. Cada vez que pensaba en ella, me sentía algo culpable, por como la había dejado. Pero no obstante, sabía perfectamente que ya nada podía arreglar. Ninguno de los dos tenía la culpa de haberse engañado a sí mismo. Lo único que podíamos hacer era esforzarnos por mantener la amistad, si esta no era más dañina que positiva para ambos. Dejé la cartera en la mesa redonda que me había indicado –bueno, yo ya me iba.

-Espera, dame un segundo. Que voy al laboratorio contigo.

-Hoy no voy al laboratorio. Me han dado la noche libre. Y si aparezco por ahí, temo que vuelvan a reconsiderarlo.

-Acompáñame solo a la cafetería entonces. Solo un café.

-De acuerdo, puedo acompañarte si quieres. –Sospeché que tenía algo que decirme. Y también creí saber inmediatamente de qué podía tratarse. Me haría ver que aún le gustaba y era posible que me intentara convencer una vez más que no siguiera adelante con el proyecto. No me gustaba mucho la idea de una charla similar pero no tenía nada que hacer y no podía negarme a acompañarla, sería desconsiderado de mi parte.  

-Espera un momento entonces, me cambio enseguida.

Mientras nos encaminábamos hacia la cafetería me sentía extraño, notaba tensión y parecía que a ella también le pasaba lo mismo. Tenía algo que decirme, estaba seguro, pero no se atrevía. No quería ser yo el primero en iniciar una conversación que llevara a algo con lo que ambos nos sentiríamos incómodos. Por otro lado, el silencio también me parecía molesto.

Esto nos llevó a los dos a dirigir la mirada al exterior mientras caminábamos junto a una cinta. Las luces de un módulo policial que pasó silenciosamente sobre nosotros nos enfocaron atravesando la cúpula transparente del pasillo, paró unos segundos y después pasó de largo.

A Ana le gustaba caminar, casi nunca usaba las cintas pese a que funcionaran. Y esa zona no era peligrosa. Había mendigos, pero no había ninguna banda. Por alguna razón estaba bastante vigilada.

 

-Increíble, ¿no crees? –dije rompiendo al fin el silencio.

-¿Increíble?, ¿el qué? –preguntó mirándome con una cara de extrañeza en su rostro medio oculto por su largo pelo rubio.

-Esas carreteras abandonadas de ahí fuera –dije indicando al exterior- la selva que se traga todo eso. Parece como si pretendiéramos olvidarnos del pasado. Como si nos molestara que la gente tuviera más motivos para recordar cómo había sido esta ciudad en el pasado. Creamos lluvia artificial para que los árboles nos quiten el pasado de nuestra vista.

-Yo lo veo bien. El pasado es muy negativo. La selva es una imagen mucho más amable que un trozo deteriorado de un cinturón de una autopista. Además, los árboles son necesarios. Gastamos demasiada energía creando oxígeno. Debemos utilizar los recursos para fines más importantes, si las plantas pueden crear oxígeno por nosotros, no veo por qué no podemos aprovecharnos de eso.

-Lo sé, pero de todos modos…, eso no evitará el final. Me pregunto si quedará algún recuerdo de nosotros que perdure en el tiempo si no conseguimos cambiar las cosas.

-En realidad no entiendo por qué tanta preocupación por eso. ¿Qué importaría eso si nadie queda para recordar nada?

-No lo sé, debes tener razón.

-Es en esta esquina -dijo de golpe, parándose en seco.

-¿Dispone de generadores autónomos?

-Supongo. Que yo sepa, nunca ha sufrido apagones.

El bar se activó cuando atravesamos la puerta. Se encendieron unas luces tenues y amarillas de neón. El suelo y las sillas eran de un color verde parduzco. Parecía un lugar agradable. El robot se activó de pronto, esperó a que nos acomodáramos en una mesa y se acercó a nosotros, mientras, una música comenzó a sonar de fondo: 

-Buenas noches, ¿qué desean tomar? -preguntó.

-Un café con leche –pedí.

-Para mí otro café, pero solo.

-De acuerdo. Los tendrán en un instante. -El robot se retiró rodando en silencio hacia la barra.

-Vaya, Amaral -dijo Ana.

-¿Cómo?

-La música. Es de Amaral.

-¿Conoces esta canción? Juraría que está en castellano.

-Sí, era un grupo español muy conocido. Bueno, al menos en España, es de antes de la tercera guerra. 

-Vaya me sorprendes. ¿Cómo lo sabes?

-Estuve en España durante dos años. –dijo.

-¿En España? ¿También estuviste en España? Nunca me habías hablado de eso.

-Fue tan solo un año antes de que se iniciara la guerra, antes del impacto de Nueva York del 86. Fui a Europa de visita y me acerqué a España. Me gustó y me quedé a vivir ahí por un tiempo.

-Entonces, calculo que eso fue como dos años después de lo nuestro. Nunca me lo habías dicho Vaya, es una sorpresa, ¿y qué se te perdió por Europa?

El robot volvió con los cafés. Presioné con el pulgar el lector de su antebrazo.

-Gracias –dije.

-De nada. Disfruten –respondió retirándose. 

Tomé un poco de café e hice un gesto de interés con la cabeza como pidiéndole que continuara.

-En Europa se estaba formando lo que luego evolucionó a la ideología liberadora actual. Se preveía la guerra y se pretendía evitarla.

Todo comenzó en España. En ciudades como Barcelona, Madrid, San Sebastián, Vigo. Pero la idea se extendió pronto por todas las ciudades europeas. Yo fui testigo de su inicio en Vigo. Viví ahí durante un año.

-¿Vigo?, nunca he oído hablar de Vigo. ¿Dónde es? –Me interesaba hablar del pasado, y más si se trataba de alguna zona exótica.

-Cerca de la frontera con Portugal, en la costa.

-¿Y qué tenía Vigo para que te interesaras por esa ciudad? -Bebió algo de su café.

-Bueno, tenía un buen clima, tenía mar. La zona me recordaba mucho a la costa de California. Fue una pena lo que ocurrió ahí.

-Una de las bombas, supongo –dije.

-Los efectos de la bomba de Lisboa. Vigo fue engullida por el segundo tsunami. Perdí a muchos amigos ahí.

-Me lo imagino.

-Cuando ocurrió yo ya estaba aquí. 

-¿Y cómo era?, la ciudad, digo.

-Bueno, era una pequeña ciudad, de medio millón de habitantes más o menos. Era una ciudad muy moderna, aunque también muy caótica porque se originó como barrios aislados. La ciudad era un poco desastrosa, un tanto desordenada y no era muy estética, pero estaba situada en uno de los mejores entornos. Rodeada de montes y junto al mar. Frente a la ciudad, dos islas y una pequeña lengua de tierra lo protegían del océano Atlántico.

-Parece que me describas la California de hace cinco décadas.

-Bueno, el clima era relativamente suave, pero atlántico. Y llovía bastante. Podría decirse que en verano sí tenían un clima semejante al californiano. Pero Vigo también me interesaba porque llegó a liderar junto a Dublín, la industria aeroespacial en Europa y también la biotecnológica, y ya que estaba tan cerca... Lo cierto es que la visita a España se prolongó un poco más de lo que esperaba.

-Vaya, no me habías dicho nada de esto hasta ahora.

-Lo siento si te molesta. Quería hacer lo posible por olvidar. En aquella época quería evitar lo que finalmente ocurrió. No solo me afecta que hubiese ocurrido. Perder amigos, familiares y estar como ahora estamos. Saber que se podía evitar es casi lo peor.

-Y entonces, ¿entiendes bien el español? -Pregunté apresuradamente. Era notorio que pretendía cambiar de tema.

-Sí, en realidad es un idioma relativamente sencillo. Excepto por las formas verbales, tal vez.

-¿Sabes qué dice esta canción por ejemplo?

-Habla del deterioro ambiental, de las guerras, de los desastres provocados por el ser humano. De que estamos todos inmersos en el mismo frágil sistema y que a todos nos afecta sus cambios. Aunque... -prosiguió- está cantada todavía con algún tipo de esperanza al cambio. Lo cierto es que no tendría sentido componerla ahora. La idea de la canción era evitar lo que precisamente ya ha sucedido.   

-Todavía es posible remediar la situación -era obvio que no podría esquivar el tema.

-John, es físicamente imposible. Lo que piensas, todo ese proyecto suicida, no es más que eso, una locura.

-La propia física es una locura. No hay nada imposible en física.

-Son solo ecuaciones, John. Simulaciones de la realidad, no la realidad.

-Se ha conseguido crear máquinas que vuelan y máquinas que escapan de la gravedad porque ciertas ecuaciones se cumplen. ¿Por qué no máquinas que escapan del tiempo? Debes tener un poco de…

-¿De qué?, ¿de fe?, ¿es eso lo que ibas a decir? -preguntó mientras daba vueltas a la taza de café ya vacía.

-No, de esperanza. Iba a decir esperanza. En estas circunstancias es imposible vivir sin esperanza. Ni siquiera yo puedo vivir sin esperanza. Ya no.

-Porque de no ser así no podrías ser voluntario.

-No tengo esperanza porque soy voluntario. Soy voluntario porque la tengo.

-Yo creo que es imposible vivir engañándose a uno mismo. Te lo diré de otro modo. Verás, incluso si fuese posible cambiar el pasado no arreglarías absolutamente nada. Lo sabes, ni para ti, ni para mí, ni para ninguno de nosotros. Crearías otra posible línea temporal, tal vez más afortunada que la que vivimos, pero nosotros, ni tú ni yo, ni nadie que te rodea o te rodeó tendrá nada que ver con ella. Seguiríamos así, ¿no lo entiendes? O peor aún, sustituirías esta realidad, destruirías este Universo. Tu yo alternativo estaría en otra realidad y esta desaparecería o seguiríamos en las mismas circunstancias. No nos salvarías, de ningún modo.

-No creo que sea así, Ana. No hay pruebas de lo que dices.

-Tampoco de lo que tú esperas que pase- dijo casi sin dejarme acabar la frase.

-Pero es preferible arriesgarse. ¿Te preocupa el riesgo?, ¿qué destino nos aguarda si no intentamos nada? 

-No. No me preocupa eso, en realidad… Deja. No importa. Esto es ridículo. Debo ir a trabajar. Aún hay mucho que preparar en el laboratorio. Olvida lo que he dicho.

-Lo siento -respondí. Aunque era consciente de que nada aliviaba un lo siento en esa clase de situaciones.

No la vi marchar, pero se fue sin que yo pudiera pronunciar una palabra más.

Debía hacer aquel viaje. Me sentía mejor si sabía que lo iba a intentar. Debía cambiar la historia de la humanidad, parecía grandilocuente, pero solo tenía intención de mejorar mi propia vida. No quería seguir en esa situación. 

 

Entonces accioné una pantalla virtual táctil. Sobre la mesa, frente a mí, apareció la imagen en tres dimensiones del sistema solar.

-Bienvenido a los servicios Guniverse –dijo una voz masculina exageradamente grave, -¿qué desea visitar?

-Vigo, 2080 –dije en alto. 

Desde Venus, y atravesando el sol, la imagen se aproximó rápidamente a un punto azul que se fue ampliando hasta distinguir el contorno de África y parte de Europa. Una Europa que en el Norte todavía era notoriamente verde. Miles de nombres en amarillo y rojo indicaban países y ciudades. Una flecha azul indicó el noreste de España e instantáneamente, con una suave rotación terrestre, se amplió la región denominada Vigo. Manejé en el aire una ruta con ambas manos y la imagen cayó en picado a un pequeño parque para luego desplazarse hacia el puerto de la ciudad. Desde esa altura podía verse el reflejo de los paneles solares de los edificios y de algunos vehículos que se movían con rapidez por las calles y una multitud de personas yendo de un lado a otro. Un largo metro se desplazaba entre una de las avenidas enterrándose en un túnel urbano. Mientras la vista se desplazaba, podía observar altos edificios que como agujas parecían poder dañarme la cara. La altura de estos se incrementaba hasta que algunos salían de la escena, luego, las construcciones volvieron a ser más bajas y la perspectiva cambió. Ahora estaba descendiendo por una calle céntrica. Después, la imagen se abrió para mostrar toda la panorámica del puerto y avanzó hacia él a gran velocidad, sobrepasándolo. Vi el horizonte de un mar azul marino intenso dominado por dos largos puentes colgantes que unían la ciudad con la península que se situaba enfrente. La vista rotó, y tras un tercer puente, este mucho más pequeño y lejano, la ciudad apareció como una corona de espinas de colores apuntando a un cielo impecablemente azul. Mientras, un coloso barco surcaba las aguas en dirección al puerto vigilado de cerca por un deslizador policial.

-Vigo, 2080 –dijo la misma voz- Ciudad capital de la Eurorregión del Noroeste Ibérico. 647.000 habitantes. Principal ciudad espacioportuaria del norte de la Federación Ibérica. Destruida el 15 de Julio de 2086. Desde sus orígenes, que se remontan a los principios de siglo XIX, Vigo se enmarcó como un importante puerto de pesca atlántico y posteriormente de mercancías…

 

-Así que esto es Vigo –dije en alto, apagando la pantalla.

-Lo era, señor. ¿Quiere algo más?

-No, gracias –La tranquila y sosegada frialdad de los robots a veces resultaba envidiable. Una nueva canción, probablemente del mismo grupo y mucho más alegre sonó en el local. 

-Espero verle de nuevo por aquí –dijo al presentir que me levantaría.

-Yo también. –respondí. De inmediato me di cuenta del accidental doble sentido del comentario. Me levanté y salí del bar. Tan pronto puse los dos pies fuera, las luces se apagaron y la música cesó bajando gradualmente de volumen, como si se estuviera despidiendo de mí. Me alejé y oí como se cerraba el pestillo automático de la puerta.

Me encaminé a casa en una cinta. Mientras miré melancólicamente el exterior. Hubo un tiempo en que el cielo diurno había sido también azul en Los Ángeles, en que la noche permitía ver la superficie blanca de la Luna y en la que los bares estaban abiertos y repletos hasta altas horas de la noche. Pero ya me había olvidado de cómo era aquello. Curiosamente tampoco tenía ganas de recordarlo. Pensarlo me hacía daño. Por eso me gustaba observar el pasado de la Tierra en otras ciudades. Por casualidad me fijé en el edificio que tenía cerca, a la derecha. Miré hacia arriba, la tenue luz de la última planta destacaba frente a la oscuridad del resto.


 

LA REUNIÓN

 

 


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