La autodestrucción del capitalismo neoliberal
Si no quieres llamarlo capitalismo no importa. ¿Cómo vivimos
actualmente?
El cambio climático solo es una prueba de que el capitalismo, entendido
como lo que en teoría debería ser: un sistema que debería mantener la economía
y un nivel de vida aceptables para las personas en base a la producción masiva
de productos necesarios y de una cantidad ingente de productos innecesarios, sostenida
por la tendencia al hiperconsumo por parte de la población, que al mismo tiempo
debería reducir el coste y por lo tanto el precio de lo producido por la mejora
constante de los medios de producción y la competencia entre empresas que
ofrecen los productos, se traduce por sí mismo en una enfermedad planetaria. La
adicción de la civilización al hiperconsumo de recursos con una población de
humanos al alza y con crecientes expectativas de vida, hacen que nuestros
efectos sobre el globo alcancen un nivel geológico, alterando, por lo tanto, todos
los ecosistemas de la bioesfera terrestre.
No obstante, los problemas reales empiezan quizá antes, dado que ese capitalismo
que se ha descrito, en realidad no existe. Hace mucho que el sistema económico
terrestre ha dejdo de basarse en la relación de los recursos existentes de la
Tierra y nuestra capacidad de explotación de los mismos. Una inmensa parte del
dinero con el que todos pagamos servicios, contratos, impuestos y del dinero
que cobramos hasta que una máquina nos quite el puesto de trabajo, proviene básicamente
de apuestas arriesgadísimas para quien no tiene suficientes medios económicos pese
a que no esté interviniendo en esas apuestas y sea completamente ajeno a ellas (y
estoy hablando de tener una cuenta de unos cuantos cientos de miles de euros en
pleno 2018), en lo que denominamos “mercados”, que no son más que las conocidas
bolsas mundiales. Y una apuesta en esos “mercados” (entre comillas porque ahí
no hay transferencia de ningún producto tangible, pese a que sus consecuencias sí
lo son, y mucho), es a futuro, es decir, pura especulación. ¿Y qué es lo que se
apuesta?, pues básicamente productos financieros. Un producto financiero puede
ser una empresa, por ejemplo.
Así que el resultado de estas apuestas es que una empresa puede ir mal, que
si alguien, un conjunto de personas, o lo que es lo mismo, una entidad bancaria
decide apostar por ella, esta empresa irá bien, al menos desde el punto de
vista de la liquidación, es decir, de los recursos económicos. De tal modo que
puede invertir bien ese dinero y crecer con autonomía propia o no, en cuyo caso
irá bien hasta que dejen de apostar por ella. Lo que cabría esperar, es que si a
esa empresa que le va mal le ocurre esto y siguen apostando por ella, esta aprovechara
esa ventaja para empezar a realizar cambios y otorgar así a los mercados, la
confianza suficiente como para garantizarse que la banca siga apostando por ella
en el futuro. Y ahí empieza el juego. Con la confianza. La mayor parte de las empresas
más relevantes del mundo no se sostienen por la producción y sus ventas per se, sino porque estos parámetros proporcionan
la suficiente confianza a los mercados como para que bancos o usuarios individuales
sigan indefinidamente apostando por su futuro. Las reglas parecen claras, y con
estas ya podemos vislumbrar lo difícil que puede resultar sopesar la razón por
la cual a una empresa le va bien o mal: ¿Es debido a su gestión de su producción
y sus ventas o es debido a su gestión respecto a la confianza que vende a los mercados?
Sí, he dicho vende. Ya no estamos hablando de la venta de productos. El producto
ya queda muy lejos en la escala de valores en los mercados. Lo que cotiza en
bolsa es la confianza. Hasta tal piunto de que se comercia con confianzas. Las
grandes economías, países, bancos o empresas pueden perfectamente olvidarse de
lo que producen que solo tienen que preocuparse porque en los tratos aumente la
confianza de los demás, sea quien sea en que ellos mismos son sólidos. Y no hay
por qué preocuparse por lo tangible, porque son muy pocos los que siguen la
pista del producto del que se habla, si es de agricultura o de la especulación
del suelo. En la economía financiera existe ya una absoluta desconexión con la
realidad económica. Se estudian números, se estudian supuestos patrones
(engañosos todos ellos) y muchas veces sacados directamente de supersticiones colectivas,
aunque se les denomine cálculos. Se hacen apuestas con o sin decimales, y
respecto a regiones y productos que nadie sabe dónde ni qué son, ni cuántos son.
Los números en macroeconomía financiera solo tienen una unidad; el $. ¿Se va
entendiendo la majadería del sistema que se ha ido elaborando desde las élites
de Chicago y Wall Street por los 80? Pero es que hay más, porque la situación
de las apuestas se complica en varios niveles:
En primer lugar, la realidad de los mercados es que no solamente se apuesta
por productos finacieros. En muchas ocasiones, al apostar por una empresa, se está
apostando pasivamente a que a otras empresas competidoras de esta, que a lo
mejor son muy competentes, les vaya mal. Y al margen de esto, también existe la
posibilidad de apostar directamente a que a una empresa en concreto o a un conjunto
de empresas, a un país o a un continente entero les vaya mal.
En segundo lugar, al ser productos financieros, con la unidad $, y como
son muchísimas apuestas en horas, nadie tiene por qué saber tampoco ni en qué
empresa se está apostando en cada momento, y en la mayoría de los casos solo se
apuesta en base al prestigio de los nombres de empresas que se supone que exisen
y que hacen cosas. Un ejemplo de esto es el conocido caso de ENRON, que, aunque
tenía todas las etiquetas que hacían pensar que era una empresa, en realidad no
hacía nada más que construir algún cimiento de alguna estructura en la India que
abandonaba tras hacer la foto de rigor para hacer publicidad engañosa a sus
propios clientes Que generalmente eran accionistas con unos cuantos cientos de
miles de dólares en sus cuentas. Si se engaña de este modo a personal que está
en este ambiente y con tanto capital, ¿qué están haciendo contigo?
Pero es que además, el sistema financiero evolucionó hasta el punto de
que los productos financieros se conviertieron en paquetes de distintas apuestas
a favor o en contra de valores del mercado de empresas que se supone que existen
y hacen cosas. Es decir, la ingeniería financiera evolucionó hasta el punto de que
puedan realizarse apuestas sobre en qué va a invertir una u otra entidad. De
este modo, no existe manera alguna de desentrañar qué es lo que finalmente está
ejerciendo alguien al invertir en un producto. Los productos son cajas mágicas
en las que solo hay algo seguro; Quién te lo vende podrá perder en ese trato,
pero ese mismo vendedor engañará a suficientes clientes accionistas como para
que al final sus pérdidas siempre sean ganacias indefinidas. Bueno, al menos
hasta que el estado pare la locura. Pero no, antes nos quedaremos sin recurso
alguno en la Tierra…
Con esto ya se puede deducir que existe una desconexión tan grande de la
base económica del mundo con la producción de las cosas y con la extracción de
recursos, que se tuvo que idear un sistema por el cual, alguna otra empresa calificara
los productos financieros. De este modo, quien apostase a un paquete de valores
determinado podría tener una mínima y supuesta sensación de seguridad en sus inversiones.
Pero claro, de por sí esto es ridículo, dado que si la economía ya se basa
fundamentalmente en apuestas y no en producción y recursos, la seguridad de que
el producto financiero en el que un accionista invierte sea de buena calidad
solo dependerá de si el vendedor de ese producto te ofrece confianza sacada de
la más absoluta nada. Es decir, la base argumental por la que alguien otorga confianza
a un inversor de que el producto es bueno es un mero artificio que requiere de nuevo
de…, sí, de confianza.
Una forma de ofrecer confianza a un potencial inversor es la de decirle
que el valor del producto financiero que se intenta vender depende de la
economía de un país, y claro, como en un país vive gente, en principio es difícil
creer que ese valor se desvanecerá, dado que a priori, querría decir que toda la
población de ese país estaría corriendo riesgo de miseria extrema. Pues bien,
el problema en sí mismo es que los países no están viviendo al margen de este sistema
de apuestas por lo que no es imposible que alguno de ellos alcance esa miseria.
De hecho, la mayoría de las intervenciones del presidente de la Comisión Europea
no tienen otro motivo que no sea el de declarar y enfatizar que el valor del
euro es confiable cuando existen otras fuerzas que divulgan la desconfianza en él
al estar absolutamente interesadas en fomentar la caída económica de la Unión.
Y es que, como ya se puede deducir de lo leído, la economía mundial está
básicamente basada en las emociones humanas que motivan a unos o a otros a apostar
por valores que son, todos ellos, absolutamente irreales.
Por lo que finalmente lo que más se teme en la economía no es exactamente
que ocurra una hambruna en los alrededores del Sahara, un terremoto con peligro
de contaminación radioactiva o la desaparición de los servicios de salud públicos
de un país. Lo que más se teme en economía es que cunda el miedo en los inversores
y esto puede ocurrir por innumerables motivos. Hemos construido un mundo en
dónde toda la economía global depende del miedo o de la confianza de personas que
bien pueden ser unos meros mentecatos, ya que es universalmente conocido que
tener capital y poder para invertir o éxito económico en la vida, no nada que
ver con la inteligencia, el criterio, la razón, la lógica y mucho menos con la
empatía y la consideración hacia los demás.
Entonces, con la intención inicial de evitar que un contagio global de
miedo afecte drásticamente a la economía mundial se diseñaron los programas de
inversión, y hablo literalmente de programas informáticos que te realizan una expectativa
de evolución de valores basándose en una inmensidad de datos acerca de la evolución
de valores pasados, en la extracción de patrones de comportamiento de estos y
de comportamientos humanos. Con esto ya es difícil imaginar una artficiosidad
en la economía humana mayor que la que vivimos actualmente.
¿Cuáles son las consecuencias de todo esto?
Bueno, ya hemos sido testigos de una de ellas. Hablo de la suave “crisis”
del 2008, y si habéis leído bien, ya sabréis que “crisis” solo fue la palabra premeditadamente
acuñada para tratar de que la confianza volviese pronto a los consumidores y a los
mercados aportándole a todo este incomensurable e interminable problema una
falsa connotación de perecederidad.
Lo que ocurrió ese año fue que la banca americana que había otorgado prestamos
en forma de hipotecas a población que no tenía ningún indicio de poder
devolverlos, requirió de liquidez. Al pedir un porentaje de devolución de los mismos,
se encontró con la realidad de que los clientes no tenían posibilidad de devolverlos.
Estos productos financieros en forma de préstamos hipotecarios se llamaban
hipotecas subprime, y al no existir posibilidad de pago, su valor dejó de existir
de inmediato.
Esto tuvo consecuencias en todo el mercado dado que hasta ese momento este
estaba negociando con dinero que en realidad no existía y era tan inmenso el negocio
de las hipotecas subprime en Estados Unidos, era tan inraizado y conectaba a
tantas entidades financieras que la ola de agravios cruzó el oceáno hasta
llegar a Europa a través del paraíso fiscal londinense de la City. Alguien debía
pagar esa deuda del negocio fantasma estadounidense y hubo damnificados en Estados
Unidos, pero especialmente en Europa. En concreto, uno de los países de Europa más
damnificados fue España, en dónde la capacidad de negociación con las órdenes provenientes
de la banca alemana y el banco central europeo fueron absolutamente nulas. Y no
sé yo si la labia en inglés de nuestro queridísimo presidente Mariano Rajoy y
sus dotes diplomáticas tuvieron algo que ver. Porque en realidad, al fin y al
cabo, las cosas se resuelven ante una mesa en una conversación. Y Raxoi está más
acostumbrado a hincarse ante pedestales y luego hablar por la voz suprema dictaminando
los siguientes mandamientos a sus corderitos y a las ovejas negras del rebaño
que aún no huyeron del país, que a negociar.
Y es que nos intentaron meter en la cabeza que todos los países estaban
pagando los platos rotos y que era una vajilla universal con causas globales.
Pero, aunque no se pararon mucho en explicarlo, lo que sucedió fue que junto al
daño del “tejido” financiero global que se había producido, vino a España cual
efecto dominó, una ola imparable de desconfianza financiera. Y la desconfianza financiera
promovió la revisión del estado de las deudas. De las deudas de la ciudadanía, claro.
No iban a revisar las deudas de entidades que tuvieran en su poder bombas
atómicas como Estados Unidos. Antes de nada, se revisa a aquellos que pueden ser
exprimidos y que no tengan ninguna intención de empoderamiento para resistirse
a ello. Así que se reestructuraron los préstamos y las hipotecas. El negocio de
la inmobiliaria iba a dejar de ser lo que era, por lo que los inversores fueron
los primeros en retirarse del esperado suicidio de su propio problema endémico que
había sido la base económica que sustentaba el eslogan del “España va bien” de
Aznar; la burbúja financiera (ver “Pasado inmediato y presente socioeconómico de España”)
que estaba esperando a estallar y que claro, estalló.
Sin ser economista, cualquiera diría que, tras la oleada de desconfianza
económica que sufrió especialmente España durante esos años, junto con las consecuencias
de darnos cuenta de que no teníamos una base económica sostenible propia, es un
poco sorprendente que esta sociedad aún no haya fracasado por completo. Aunque
a lo mejor lo ha hecho ya y somos gallinas descabezadas corriendo de un lado
para otro, inconscientes de que no tenemos nada sobre el cuello. Porque las
plagas vinieron juntas; i) todavía no hemos cambiado siquiera el sistema económico
y seguimos basando nuestra economía en producción de mediana calidad y en turismo
de calidad mediocre para un estado de la UE, ii) hemos alcanzado una precariedad
laboral de récord en la UE, iii) aún estamos en periodo de devolución a Europa del
dinero europeo que se ha despilfarrado y robado sin pausa especialmente durante
las legislaturas de Aznar, iv) se está expresando como nunca antes durante la “democracia”
española, los disentimientos con respecto a la identidad nacional de siempre,
dado que nunca se han tratado con seiredad, tranquilidad y con atención real (no
chanchullera entre partidos de derecha) y por último, v) la evidente
parcialidad judicial por su clara dependencia política, la sobredosis publicitaria
de partidos financiados ilegalmente, las dudosas muertes de testigos en los distintos
juicios al respecto y las dudosas destrucciones naturales de pruebas en contra
de partidos corruptos (quema descontrolada de rascacielos, inundaciones de juzgados,
desintegraciones de discos duros), hacen dudar de si en este país existió alguna
vez algún código que recuerde a una democracia.
Pese a que la situación de la vida del español medio ha empeorado notoriamente
en una inmensidad de aspectos (https://www.ocu.org/organizacion/prensa/notas-de-prensa/2012/quince-ciudades-espanolas-suspenden-en-calidad-de-vida-755026) y no hay aún ningún atisbo de cambio de rumbo que
no sea por directriz europea (véase el caso del impuesto al sol), existe una preocupación
aún mayor; y es que el funcionamiento del sistema en el resto del mundo al respecto
de la economía, por el momento (2018), tampoco ha cambiado. Es más, los sistemas
reguadores del negocio con los productos financieros siguen funcionando con las
mismas reglas y directrices que antes del 2008, por lo que sigue habiendo la
misma tendencia de antes del 2008 a vender confianza en productos financieros
tan confiables por el mundo como una hipoteca subrprime del 2005 (https://elpais.com/economia/2017/08/05/actualidad/1501927439_342599.html)
o como un producto de inversión en la inmobiliaria española de ese mismo año (https://elpais.com/economia/2015/10/20/actualidad/1445359564_057964.html).
Esto es así, hasta tal punto de que si se piensa bien, el valor real de
la calidad de la economía financiera mundial se encuentra en números negativos,
aunque sorprendentemente se sostiene, dado que por el momento, la mayoría de
las personas y entidades de la cual depende, ignora esto o actúa como si lo ignorara
para mantenerle un valor ficticio que traducido a recursos devueltos equivaldrían
a más de cuatro Tieras que, evidentemente, aún no están a disposición de ningún
país, ni de ninguna potencia económica, ni de ningún banco.
El hecho es que como la población sigue confiando en un sistema económio
insostenible, basándose en que con él han estado y siguen estando vivos y porque
temen que cuando la confianza desaparezca, pueda ocurrir una guerra mundial. ¿Y
quién mantiene esa confianza artificiosa por la cual continuamos navegando en estas
desquiciantes circunstancias? Pues la única economía sana que no por casualidad
se desarrolla como pez en el agua en uno de los países más escandalosos en
cuanto a derechos humanos se refiere; China; el país más solvente de todos los existentes
que ha succionado los métodos del capitalismo para monopolizarlo bajo el único sistema
político capaz de hacerlo. Sí, una dictadura. No declarada, pero dictadura, al
fin y al cabo.
Representación de la importancia de las hipotecas subprime respecto al
total durante el periodo 1996-2008. Fuente: El País, desde Inside Mortgage Finance
Representaciones extraídas de estudios sobre la evolución
de la calidad de vida de los españoles.
Dado todo esto, ¿es aconsejable pues que la economía global de este
capitalismo liberal rija cómo vivimos y cuándo ya no? Pues si no formas parte
de los neofaraones que juegan a este póker en dónde se apuestan humanos y si se
da el caso, la humanidad entera y parte de la bioesfera terrestre, espero que
hayas deducido ya, que evidentemente: no.
O cambiamos pronto este sistema económico con riesgos de destrucción
mutua asegurada de cualquier sociedad humana, o el sistema económico nos asegurará
tal destrucción. ¿Merece la pena arriesgarse al cambio? El climático ya ha ocurrido
y ocurrirá a una escala que preveo que no se ha ni previsto, dado que la
ciencia, por muy rápida que vaya, siempre va a quedarse corta en sus predicciones
al tener limitaciones en la recogida de datos para sus modelos. La naturaleza
no va a esperar a que nos adaptemos a ella y tampoco va a esperar a que cambiemos
nuestros hábitos para evitar sus cambios causados por nosotros mismos,
básicamente porque la naturaleza no tiene posibilidad alguna de tener intenciones
de nada. No es una cuestión de salvar la Tierra. Es una mera cuestión de escapar
de nuestro suicidio agónico como civilización y a lo mejor como especie, como
consecuencia de ello. Estamos hablando de egoísmo, y si se trata de salvar
nuestro hogar de modo que nos siga sirviendo como medio de vida, el egoísmo es absolutamente
excusable. Cuando hablaba de forma tan pesimista con amigos a los 18 años (1996),
no estaba tan alertado, pues tenía resistencias por parte de ellos y demás personas
que yo denominaba optimistas. Bien, la alarma está ahora en que esos mismos amigos,
antiguos optimistas, ahora no ven lo mismo que les decía antes como una posibilidad
catastrofista a la que no hay que prestarle demasiado interés, sino como una
verdad incómoda presente a día de hoy. Para mí era presente antes. Y esa es la
diferencia entre lo que ellos llamaban pesimista de lo que llamaban optimista. Para
mí, un pesimista siempre fue una persona que, viendo que la mayoría de las
personas que se enfrentaban a mis retos de posibilidades futuras con
argumentación acompañada, las negaban aludiendo a que era un pesimista, deduce
que ninguna de ellas va a tomar en consideración ninguna de esas predicciones
para comportarse de un modo que ayude a evitarlas. Con el tiempo (poco), ví que
eso no estaba limitado a mis amigos. La humanidad en su inmensa mayoría siempre
actúa (si es que lo hace) a posteriori de un problema, cuando lo ven de frente,
y no para intentar solucionarlo, sino para huir de él porque efectivamente,
cuando los problemas globales no se evitan, solo se puede saltar del Titánic.
Lo malo es que hay problemas globales de los que no se puede escapar cuando
llegan.
El caso es que para un, como lo llaman ellos, pesimista como yo, que un
antiguo optimista, como los llamo yo, me de la razón, es más desalentador que
cualquier problema que se me ha ocurrido exponer con base argumental desde ese
1996.
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